martes, 1 de diciembre de 2009

Un hombre llora un coche


El hombre está en sombra. Si fuera el personaje de un cuadro podría ser una silueta, pero esto es la vida real. La ventanilla del coche está bajada y él está dentro. Las manos buscan música en el volante. Golpes secos, entrecortados. Lleva barba. Muy corta, recia, desaliñada. El pelo es una maraña de color negro. Parecen las cerdas de un cepillo requeteusado. Los ojos son negros y lloran. Pero no con descaro, ni con dolor. Gotean, como un grifo mal cerrado. Su rostro no hace efecto coriolis. Las lágrimas se desplazan en vertical, hacia las comisuras de los labios, casi como en un verso. Me mira de reojo y aparta la mirada ahogada hacia otro lado. ¿Qué has hecho? Me pregunto. ¿Qué he hecho? Parece preguntarse. No tiene cara de uxoricida. Aunque, ¿cómo son las caras de los uxoricidas? Era un tipo normal. Es lo que dicen los vecinos en la tele. Vuelvo a mirarle. Él está a lo suyo. Ya no sé si llora. Mañana leeré los periódicos. No sé si es un hijo de puta o un simple desgraciado.

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