martes, 1 de diciembre de 2009

Un buen motivo



Una hora y noventa minutos. Eso es lo que he tardado en llorar. Ése es el motivo de arrancar con este blog. Hace tiempo que buscaba una razón. Aquí la tengo. Lo que no sabía es que iba a doler. A quemar. Tumor cerebral. Escabroso binomio. Palabras malditas. Ahora dicen que no es eso pero tampoco dicen qué es. Aguanta. Todo saldrá bien. Ayer pedaleé con fuerza. Los pies rígidos y las manos en el aire, ignorando el manillar. Rompiendo el equilibrio, como hace la vida --la puta y dulce vida-- sin avisar. Quería sentir la velocidad y el aire estrellándose contra mi cara. Deseaba caerme y hacerme daño. Padecer un dolor físico. El psíquico me estaba matando. Rodé por delante del polígono y no vi coches. Delante del río y no vi agua, ni regodones, ni árboles, ni ribera. No vi nada. Sí olí el pescado. Pescado muerto. Muerto. Cuánto daño puede hacer una palabra que viaja en solitario. Aquel hedor duró unos segundos. Lo mismo que mis lágrimas. Lloré por ti. Lloré por la fragilidad corrompida.

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