Tres menos cuarto de la tarde. Interior de autobús. Es la hora punta para el tráfico de hormonas. Un chico de melena y patillas rockeras debate con una compañera de clase los últimos consejos para la PAU. Otras dos adolescentes comparten asiento. Una junto a la otra. No hablan. Escupen palabras. Tienen hambre y están hasta los güevos de las clases y de los profesores. Y todavía es martes. Una lleva unas gafas de pasta de color morado porque molan. La otra lleva un aro en la nariz porque le queda de puta madre. Una tercera, sentada en frente de ellas, comparte en voz alta sus meditaciones. Suerte que no avisan a mis padres hasta el lunes, así tengo el fin de semana tranquilo. Hay otras dos chicas detrás de ella. De pie, agarradas a la barra. Es que la han hechado una semana para casa. Le dice una a la otra al oído. La receptora del mensaje sonríe. Lleva el pelo teñido de violeta. Mi periódico está a la vista de todos. El futuro de la prensa. Eso reza el titular del reportaje que leo. Ah, por cierto, no pienso beber sidra nunca más. Dice la chica del aro en la nariz. ¿Por? Responde la que ha sido expulsada. Porque mezcla muy mal. Bebo cacharros y me pongo malísima. Asienten todos, como ante una verdad universal. Y siguen pensando en lo suyo. Y yo en lo mío. ¿El futuro de la prensa? Qué más da. Antes de filosofar respiro y cierro el periódico. Todos hemos tenido, afortunadamente, un presente de hormonas que no piensan en el futuro.
Anónimo dijo...
Pronto la prensa no servirá ni para envolver bocadillos, si es que todavía se usa para ese fin. Y las hormonas están empezando a ser tan Internet como las noticias: puro consumo.
martes, 1 de diciembre de 2009
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