Galicia podía ser un pasaje de Bernardo Atxaga. No sé explicar por qué pero ahora mismo creo que podría serlo. Quizá dentro de dos horas diga que podría serlo de Fernando Aramburu y tampoco sabría explicar por qué.
En Galicia me siento como si fuera el personaje de un libro. Un libro de esos que nunca gana premios y que se esconde entre los grandes best-sellers de las librerías.
En Galicia, ese personaje, que soy yo, patea el casco antiguo de Pontevedra paraguas en mano, prueba la zorza y una crema de orujo buenísima; y se queda con ganas de comerse un Jesuíta. ¡Tranquilos! No es canibalismo, ni antireligiosidad. Son sólo unos bollos rellenos de cabello ángel.
En el segundo capítulo, el personaje se desliza por Combarro. Y digo desliza porque la pátina húmeda del suelo no se despega desde hace semanas. El enclave pesquero está lleno de cruzeiros, hórreos y tiendas de souvenirs. Su magia la tomamos con calma, y el pelo empapado, con un café caliente y otra crema.
Durante el desarrollo del libro hay espacio para un chapuzón en el balneario de Cuntis y para una comida en A Coruña. Pulpo, raxo, navajas a la plancha, ribeiro y croissants. Fotos en María Pita, viaje en tranvía hasta la torre de Hércules, paseo por la playa de Riazor y desilusión en el café Sport (el Tenerife marca el segundo y jode la racha del Sporting).
Lunes de comida basura en Vilagarcía y cena minimalista en Cambados.
Noches de dardos, chapolín, futbolines, biosolanes, cafés, ron, vodzka y gintonics.
Todo mecido, con fruta y pollo en pepitoria.
Un vientre ovalado. Muy ovalado. ADRIÁN. Dicen los imanes de la nevera.
Esto es Galicia.
viernes, 11 de diciembre de 2009
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